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Ayacucho: Obsesión y realidad
Profesor de la Universidad de Huamanga
Marcha por la paz en Ayacucho (Foto Andina)
Ayacucho fue el lugar en que Sendero Luminoso inició su accionar. Una radiografía política de esta región nos permite comprender el contexto en que se viene dando una propuesta como la ley del negacionismo y conocer los verdaderos alcances de las nuevas expresiones políticas de lo que fue la subversión en nuestro país.
Si las muertes por conflictos antimineros se hubieran producido en Ayacucho, demos por descontado que la opinión pública no solo hubiera levantado su dedo acusador contra los ayacuchanos, sino que los duros del Gobierno y fuera de él ya habrían exigido acabar, no importa a qué costo, con la presencia terrorista y los supuestos tentáculos de Abimael Guzmán. Ninguna región en el Perú provoca tantas reacciones y obsesiones como Ayacucho. Es difícil convencer a los peruanos, especialmente de Lima, de que muchas cosas han ocurrido después del quiebre de Sendero Luminoso. Intentemos, una vez, más apaciguar los temores y obsesiones que la denominación Ayacucho provoca.
Un espacio fragmentado
Ya antes de la violencia Ayacucho era un espacio dividido entre un Norte ligado a Lima y el valle del Mantaro y un Sur más conectado a Ica e incluso a Arequipa. Ahora, una nueva división amenaza la unidad regional: los distritos del río Apurímac, junto a otros de Cusco y Junín, buscan convertirse en una nueva región: el VRAEM. Esta división ha producido dinámicas distintas como la de la coca, la minería artesanal en el Sur y el comercio y la ganadería en las provincias del Norte.
Los intereses y las demandas son, por tanto, distintos, y no pocas veces contrapuestos. Por ejemplo, son conocidas las movidas al interior del Gobierno Regional que oponen a los alcaldes del Sur con aquellos del VRAE o con los representantes de las provincias del Norte. En los años 80 del siglo XX, Sendero Luminoso fue más débil en el Sur y difícilmente pudo controlar la selva ayacuchana.
Estas divisiones tienen su correlato social en la ausencia de una clase política regional que ‘interlocute’ con el Gobierno Central y con regiones vecinas. Las divisiones en el espacio ayacuchano también se producen entre los movimientos sociales y gremiales. Difícilmente pueden articularse los campesinos cocaleros con aquellos dedicados a otras actividades agropecuarias; la idea de que los beneficios de la coca se extienden a todo el espacio ayacuchano no es correcta. Por otro lado, los gremios como el SUTEP reflejan las divisiones de la región; así, la huelga convocada por el Conare-SUTEP no ha sido acatada en el Sur, y viceversa. De igual modo, el Frente de Defensa del Pueblo de Ayacucho —que, dicho sea de paso, pocos recuerdan que fue el primero que se fundó en el país— no tiene la capacidad de articular a sus pares distritales y provinciales, por lo que limita su accionar a la ciudad de Ayacucho.
La fragmentación política
En tiempos de Abimael Guzmán y su Comité Central, la política se articulaba desde Ayacucho, y su hegemonía se ejercía sobre la base de un accionar autoritario, lo que anuló la capacidad de otras fuerzas políticas para disputar la supremacía de Sendero Luminoso en buena parte del espacio ayacuchano y regiones vecinas. Actualmente nadie desea una hegemonía de ese tipo, pero no existe una agrupación política capaz de proyectarse al conjunto de la sociedad regional. Los partidos nacionales solo tienen presencia en periodos electorales.
Tampoco existe un movimiento político regional con la fuerza suficiente como para asegurar una presencia constante y mantenerse organizadamente. Las pasadas elecciones regionales son una muestra de cómo el desencanto de la política y la ausencia de una ideología sustentable regionalmente terminaron por sentar en el sillón de la presidencia regional a un benefactor de polladas, excursiones escolares y cuanta actividad social requería de contribución monetaria.
Probablemente no solo sea la crisis de los partidos, sino también las nuevas maneras de hacer política, las que tienen especial impacto en regiones como Ayacucho. Estos cambios y transformaciones, cuyas características y trayectorias todavía no podemos establecer con precisión, afectan a los partidos políticos tradicionales, a los movimientos regionales y también a aquellos como el Movadef y el mal llamado Sendero Luminoso del VRAEM. Los partidos “tradicionales” terminan divididos entre grupos locales que se disputan los favores políticos de sus dirigencias nacionales. De esto último no se salva ni el Movadef, que aparece ante la población y ex militantes y simpatizantes senderistas como demasiado “limeñizado”. Además, este grupo no habría logrado hasta el momento resolver el problema de la unidad regional de otros tiempos. No todos los seguidores ayacuchanos de Guzmán participan en esta agrupación.
No son las únicas dificultades que atravesaría esta agrupación; una prédica autoritaria como la que muestra necesita de acciones “contundentes” o amenazas violentistas para hacer creíble su mensaje e imponerse regionalmente. Acciones semejantes al estilo utilizado por el senderismo en la década de 1980 en Ayacucho. Esto no es posible sin una organización más consolidada y porque cualquier acción de este tipo actualmente despierta el rechazo, si no generalizado, al menos de buena parte de la población.
Paralelamente a esta agrupación se encuentra el grupo de los hermanos Quispe Palomino en el VRAEM. No hay modo de definirlos en los términos clásicos; encarnan el fracaso del partido político y su sustitución por formas de organización basadas en familias extensas (de parentesco real o ficticio) cuyos intereses se superponen a cualquier objetivo político que los lleve a proyectarse más allá de su zona de dominio y de amortiguamiento militar. Este grupo, lejos de buscar, como antaño, destruir al “viejo Estado reaccionario”, necesita ahora de él para que la población bajo su control acceda a servicios e infraestructura que por sí solos no pueden satisfacer. Ello explica el porqué señalan que solo atentarán contra objetivos militares.
La paradoja es que aquello que le falta al Movadef para imponer su mensaje autoritario y ganar espacio político lo tiene el grupo de los Quispe Palomino en el VRAEM (la capacidad de coerción), quienes, a su vez, carecen de un programa político como el que tienen los primeros. Pero difícilmente sus intereses podrían confluir y, mucho menos, generar una propuesta compartida. Mientras unos se hallan políticamente anclados en el pasado y reconocen la sola autoridad de su “pensamiento guía”, los otros finalmente han perdido la capacidad e interés por hacer política y no reconocen el liderazgo de Guzmán.
Nuevos actores, viejas obsesiones
Contra lo que muchos suponen, muchas cosas cambian en la región: Ayacucho asiste al surgimiento de nuevos actores y sujetos sociales. La violencia opacó la migración de retorno de los años 1960 que contribuyó al surgimiento de nuevos liderazgos locales de origen campesino. Parte de este sector social buscó expresarse políticamente a través de SL y otros; aunque silenciados en los 80, son los protagonistas desde los años 90. Se caracterizan por ser emprendedores de la política, pragmáticos, desideologizados y organizadores de redes clientelistas distritales, provinciales y, finalmente, regionales.
Por otro lado, Ayacucho asiste al surgimiento de nuevos sujetos sociales para quienes la preocupación central ya no es el clasismo o la lucha armada, sino la ecología, los derechos humanos o las nuevas iglesias y movimientos religiosos. Una propuesta violentista como la de los años 1970 y 1980 no tendría cabida entre estos grupos.
Lo que no ha cambiado es la obsesión y el temor que despierta Ayacucho y que se traduce en la demanda de políticas duras como la Ley del Negacionismo, la represión militar —“sin guantes o mandiles”— para acabar con el senderismo. Y es que Ayacucho todavía provoca las pulsiones sociales más primarias.
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