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lunes, 26 de marzo de 2018

"GENTE QUE MIRA LAS ESTRELLAS", POR JERÓNIMO PIMENTEL

Oscar Wilde decía: “Todos estamos en el fango, pero algunos miramos las estrellas”. Luego de la renuncia de PPK, provoca tomarlo en serio por una vez.
Una de las grandes carencias en la educación peruana es la falta de cultura científica. No es un tema reciente. Balo Sánchez León contaba, hace unos años, cómo las becas internacionales para Latinoamérica, en los años sesenta y setenta, se dividían más o menos de la siguiente manera: las de humanidades a Perú y Chile; las de ciencias naturales a Argentina y Uruguay. La generalización es tosca, pero va sustentada en algunos datos: es inexplicable que Borges no haya ganado el Nobel de Literatura, pero Houssay y Milstein obtuvieron el de Medicina, y Leloir, el de Química
El problema aquí es transversal. Por un lado, la educación en la escuela pública aún es incapaz de introducir sin vergüenza las bases de la teoría evolutiva, quizá como un atavismo religioso. Por otro, la universidad, en su afán de especialización, segmenta el conocimiento de tal manera que los estudiantes de Letras, por ejemplo, hasta hace poco apenas debían llevar un curso de Matemáticas que no tenía propósito claro. Cuán distinto hubiera sido intercambiar esa enseñanza por filosofía de la ciencia o una introducción al darwinismo. Con todo ello, debo añadir que tuve suerte: el profesor Pavletich, en su excentricidad, tenía aciertos memorables. Uno de ellos fue: “La cuarta dimensión es el bote de una pelota”.
Quien escribe está lejos de ser un especialista, pero quizá la curiosidad haya sido suficiente como para recomendar una biblioteca mínima que sirva, además, de tributo a Stephen Hawking. Tratar de entender el mundo es una obligación moral; resignarse a la ignorancia, una condena cívica.
El universo y el doctor Einstein, de Lincoln Barnett. El exeditor de la revista Life ha realizado el que tal vez sea el mejor esfuerzo para introducir al lector no especializado en los principales aportes de Einstein, como la naturaleza dual de la luz y la teoría especial de la relatividad. Su didáctica explicación de cómo difieren la gravedad de Newton (una fuerza) de la de Einstein (una deformación del continuo espacio-tiempo) es brillante. En La vida de un genio, Isaacson ofrece una biografía meritoria; y en Einstein para perplejos, Edelstein y Gomberoff aportan contexto e ideas.
Breve historia del tiempo, de Stephen Hawking. Hawking baja al llano y aporta el que, junto a Cosmos de Sagan, será el acto más popular en la historia de la divulgación científica del siglo XX. El opúsculo logra el difícil equilibrio de entretener sin ser ligero, y a la vez aporta más conocimiento del que el lector cree: el principal, quizá, es cómo la humanidad ha logrado desarrollar hipótesis sobre todas las fuerzas que interactúan en la naturaleza, pero los marcos que las explican independientemente no son compatibles entre sí (no existe una “teoría del todo”). Debería ser lectura obligada en cuarto o quinto de media.
El gen egoísta, de Richard Dawkins. Es una obra maestra que expone una hipótesis aterradora pero ortodoxamente darwiniana: los hombres no somos más que una suerte de robots programados para transmitir nuestra carga genética de una camada a otra; es decir, el “sujeto” de la selección natural es el gen, no el individuo ni la especie. La demostración es rigurosa, y el estilo, impecable. Dawkins propone también la solución al determinismo genético: la cultura.
La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas Kuhn. Acaso la obra de la filosofía de la ciencia más importante del siglo XX junto con La lógica de la investigación científica, de Popper. Kuhn propone que la ciencia no “avanza” por acumulación de información, sino que cambia de paradigma a través de la detección de anomalías; Popper, en cambio, propone que el “avance” se da por crítica y descarte: para que una proposición sea científica tiene que poder ser refutada. Ambas posiciones son excluyentes entre sí y aún generan debate, pero leerlas en contraste provoca placer.
Los sonámbulos, de Arthur Koestler. Es un profundo recuento de cómo el hombre ha pensado el universo, lo que resulta en una bellísima historia cultural de la cosmovisión humana. El punto de partida de Koestler fue precisamente la división entre ciencia y humanidades, lo que lo llevó a completar el vacío con este ensayo que empieza en Babilonia y que alcanza su cumbre cuando aborda a Kepler, Copérnico y Galileo. La edición de Conaculta es un lujo que todos se deberían permitir.
De la naturaleza de las cosas, de Lucrecio. Poema escrito en hexámetros que expone una física inspirada en el atomismo y una moral influida por Epicuro. Es una de las primeras obras latinas en plantear una visión del universo en la que los fenómenos ocurren sin intervención divina. Es posible abordar el texto hoy desde la literatura, pero sería perderse mucho: pocas veces la ciencia y el arte han sido la misma cosa. Stephen Greenblatt en El giro ha escrito un fantástico ensayo sobre cómo el redescubrimiento del manuscrito en el siglo XV permitió reintroducir las ideas de Lucrecio en Occidente y gatillar la Edad Moderna.
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jueves, 22 de marzo de 2018

DÍA MUNDIAL DEL AGUA: 22 DE MARZO

Hoy 22 es el DÍA MUNDIAL DEL AGUA ...














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lunes, 19 de marzo de 2018

DIA INTERNACIONAL DE LA FELICIDAD: ZONAS DE AYACUCHO ENTRE LAS MÁS INFELICES DEL PERÚ




El martes 20 de marzo es el "Día Internacional de la Felicidad" e hicimos dos cosas: Revisar los antecedentes de la fecha en ONU y luego ver cómo estamos en el país respecto al tema. Gracias a un reportaje de "Somos" de "El Comercio" se desprende que en Ayacucho no somos tan felices que digamos. El ¿por qué? se lo dejamos a los expertos ... ¿Será porque no tenemos presidente regional o alcalde provincial de Huamanga? . Vaya usted a saber jovencito .....
Imagen: "Somos" 17-03-18

Antecedentes
La Asamblea General de la ONU, en la resolución 66/281 decretó en 2012 el 20 de marzo como el Día Internacional de la Felicidad, para reconocer la relevancia de la felicidad y el bienestar como aspiraciones universales de los seres humanos y la importancia de su inclusión en las políticas de gobierno. La resolución reconoce, asimismo, la necesidad de que se aplique al crecimiento económico un enfoque más inclusivo, equitativo y equilibrado, que promueva el desarrollo sostenible, la erradicación de la pobreza, la felicidad y el bienestar de todos los pueblos.


¿Qué es el Día de la Internacional de la Felicidad?
¡Es un día para ser feliz, naturalmente! Desde 2013, las Naciones Unidas han celebrado el Día Internacional de la Felicidad como reconocimiento del importante papel que desempeña la felicidad en la vida de las personas de todo el mundo. En 2015, las Naciones Unidas lanzaron los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que pretenden poner fin a la pobreza, reducir la desigualdad y proteger nuestro planeta —tres aspectos primordiales que contribuyen a garantizar el bienestar y la felicidad—.

¿En qué puesto estamos en el Ránking Mundial de la Felicidad?

En el Reporte Mundial de la Felicidad 2018, el Perú se ubica en el puesto 65 de 156 países, dos puntos debajo de la medición del 2017.  ¿Cuánto lesiona la corrupción a la autoestima nacional? ¿Es posible ser felices por un álbum de figuritas en tiempos de vacancia ?



 Oscar García / "Somos" de "El Comercio"


La última vez que los peruanos fuimos completamente felices, hicimos temblar la tierra. Un golazo de Jefferson Farfán ante Nueva Zelanda bastó para liberar, de soberbio patadón, décadas de alegrías deportivas reprimidas y exorcizar humillaciones nacionales varias. Fue el tiempo de levantar la ominosa cerviz. Tan felices estuvimos los peruanos en ese momento que el salto colectivo de júbilo activó los acelerómetros del Instituto Geofísico del Perú. La felicidad se convirtió así en vibración, y la algarabía reprimida, en orgasmo. Habíamos clasificado por hechos tan meritorios como fortuitos, pero nada importaba. Lo celebramos hasta morir como si hubiéramos ganado la Copa del Mundo.
Esto pone a prueba un punto interesante: si este país no se ha caído a pedazos todavía, con todas sus desgracias históricas y endémicas, es porque los peruanos hemos sabido celebrar esas pequeñas victorias y aprendido a ser alegres como una estrategia evolutiva. Una que ha sido labrada a la luz de nuestra historia peculiar, en donde se cuentan genocidios, corrupción, desigualdad, injusticia, terrorismo y leche ENCI. Si hemos podido sobrellevar todo eso y seguir con la vida, provoca decir que podemos superar cualquier cosa. 
Ocurre que, contrario a lo que decía cierto presidente, el peruano está lejos de ser ‘una raza triste’. Las estrategias para sobreponernos al apocalipsis económico y moral son materia de asombro y estudio para la academia, sobre todo desde que se empezaron a sistematizar los estudios sobre la felicidad. “Latinoamérica es la región más feliz del mundo, mientras que Estados Unidos, algunas zonas de Europa y el Africa subsahariana están entre las más infelices del planeta. Según nuestros estudios, Huancayo es la ciudad más feliz del país y Cusco la menos feliz”, sentencia Jorge Yamamoto, psicólogo social y profesor en la Universidad Católica.  
Yamamoto realizó en el 2011 un estudio que encontró que la ciudad de Huancayo y algunas zonas del Valle del Mantaro son las más felices del país. La razón se encuentra en ciertas características de la cultura wanka, como la autoestima adecuada, entendida como la persona que está feliz con lo que es, sabe de dónde viene y no se siente menos que nadie. “El huancaíno es una persona que chambea duro y es reconocido por eso; es una sociedad meritocrática, en donde si trabajas, eres bien visto, vengas de donde vengas. Se insertan en la modernidad sin olvidar sus costumbres. Además, es una sociedad que sabe celebrar mucho. Trabajan duro pero también juerguean duro, sin que esto signifique que se cometan excesos”. La contraparte de esto se encontraría en el sur andino, en las ciudades de Cusco y algunas zonas de Ayacucho, en donde se registraron bajos indicadores de bienestar, relacionados con la jerarquía de esas sociedades, en las que importa mucho tu apellido, tu abolengo o de donde vienes. 
“Encontramos que en algunas caletas de pescadores y en algunas comunidades andinas, la felicidad era tan plena, porque el cerebro estaba en sintonía con la naturaleza, que ni se preguntaban por la felicidad, porque eran naturalmente felices”, recuerda. Con perdón a la memoria de don Luis Abanto Morales, valses como su Cholo soy y no me compadezcas sentarían pésimo en lugares así.
Jodidos, pero contentos: el secreto de la felicidad

​El miércoles fue publicado en Roma el Reporte Mundial de la Felicidad 2018, un informe preparado por la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas y otras instituciones abocadas a la investigación en este campo. El dato que nos interesa es que nuestro país figura en el puesto 65 en el Ránking de la Felicidad, de un total de 156 países, en donde Finlandia sobresale por ser el punto más feliz del globo y Burundi el lugar más miserable del planeta. Como suele suceder, los países nórdicos y sus políticas orientadas al bienestar brillan en el top 10 (Noruega, Dinamarca, Islandia, Suecia), pero también aparecen Suiza, Holanda, Canadá, Nueva Zelanda y Australia, mientras que los de África aparecen en la cola.


El reporte mide lo que en los últimos años se ha llamado el ‘bienestar subjetivo’, que es donde los encuestados mismos evalúan su propia vida, sus metas y su satisfacción, ademas de otras variables más objetivas y caras a los economistas como el ingreso, la expectativa de salud y de vida, la seguridad social, así como la libertad, la generosidad y la ausencia de corrupción. En la inestable era de Pedro Pablo Kuczynski, el Perú ha caído dos puntos en este listado mundial, pero es un declive pequeño, para nada comparable al desbarranque de Venezuela, el país más infeliz de la región latinoamericana, que cayó 30 peldaños (puesto 102) con respecto a la anterior medición. El desplome es tal, que superó al de países en guerra como Siria y Yemen.
El mismo informe indica que, a nivel regional, Latinoamérica es uno de los lugares en donde se reportan mayores niveles de felicidad, pese a sus males recurrentes, como el alto índice de corrupción y de criminalidad, la debilidad de las instituciones políticas, la desigualdad en la distribución de la riqueza y más. “De hecho, la felicidad en Latinoamérica podría ser mucho mayor si estos problemas se resolvieran apropiadamente”, asegura Mariano Rojas, autor del capítulo que versa sobre esta parte del mundo.
Sucede que nuestros países han desarrollado un bastón casi invencible para conjurar cualquier tempestad que nos deprima. Ese secreto radica en nuestra propensión a apoyarnos en la familia y en los amigos cuando tenemos problemas, un privilegio que las sociedades occidentales del primer mundo han ido perdiendo en su loca carrera por la independencia y el individualismo. El estudio hace notar, por ejemplo, lo tarde que los latinoamericanos dejamos el hogar paterno y cómo incluso algunos nunca lo dejan. Si la familia crece, se agranda la casa o se levantan más pisos, pero la familia permanece unida. Hay que notar, además, la famosa ‘calidez’ a la que aluden los turistas y artistas extranjeros cuando caen por estos lares. Todos se sienten bendecidos por un amor ubicuo que flota en el ambiente. Esto no se experimenta en Japón, Europa u otras sociedades en donde incluso la distancia socialmente aceptable entre los cuerpos suele ser mayor que la de los latinos, quienes no dudan en abrazar a un desconocido como si fuera su hermano de toda la vida. 
En busca de las bases biológicas de la felicidad

Los avances científicos en el campo de la felicidad están tan avanzados que hoy tranquilamente se podría crear una nación entera de seres felices, solamente estimulando con electrodos ciertas zonas del cerebro que producen los denominados neurotransmisores de la felicidad: dopamina, serotonina y oxitocina. El último es especial porque se genera cuando nos refugiamos en los amigos y la familia y se siente un bienestar. El problema ahí sería de orden moral, porque manipulando el cerebro estaríamos creando una serie de robots felices, o de ‘tontos alegres’, que vivirían como drogados y serían indiferentes a su entorno.


“La felicidad es un potente indicador emocional de cómo está avanzando tu vida según tus metas. Y por eso la infelicidad es importantísima, porque te va marcando cuándo tu vida se está desviando de una debida adaptación”, dice Yamamoto, que no cree que la felicidad sea un bien supremo a buscar, por el ejemplo de los ‘tontos alegres’. Lo ideal sería aprovechar la infelicidad como termómetro para hacer cambios a tiempo. 
El reto es cómo ser felices ante un panorama tan desolador como el Perú en estos días, en que si bien la economía se encuentra estable, las noticias de corrupción, inseguridad social e inestabilidad política son fuente constante de desasosiego. ¿Puede uno reírse si no sabemos qué presidente conducirá nuestro destino el próximo mes? ¿Se puede uno refugiar en el placer hedonista de coleccionar un álbum de figuras de fútbol cuando el sistema parece colapsar? Una primera respuesta es sí, y tiene que ver con el humor, ese gran sanador de las heridas nacionales.
Los estudios indican que algunas profesiones de muy alto riesgo, como la que ejercen quienes desactivan explosivos o los que trabajan en salas de emergencias, desarrollan un sentido del humor bastante negro que les permite capear los vendavales sin afectarse emocionalmente. El riesgo ahí es no caer en el cinismo, que puede ser muy nocivo por su inclinación a la filosofía del ‘sálvese quien pueda’. Durante años los programas de humor de corte político parecían servir como válvulas de escape para esos tiempos de zozobra emocional. Y no extraña que quizá la mejor época del humor político en TV se diera durante el desastre económico de 1985-1990, cuando programas como Risas y salsa dieron el vuelco de los sketchs a la sátira política.  
“Así como la clasificación de la selección fue un momento de felicidad para los peruanos, necesitamos un proyecto nacional para la búsqueda de la felicidad”, dice Yamamoto. Este tiene que ver con aprender a hacer las cosas bien, con no trasgredir las normas, con respetar las reglas de tránsito y enseñarles valores a los hijos. Tiene que enseñarnos que aceptar coimas está mal, más aún cuando se es autoridad de un país. Cuando ese partido inicie, acaso tocará cantar esos goles con más fuerza y convicción. 
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jueves, 15 de marzo de 2018

EL Homo stupidus POR MARCO AURELIO DENEGRI

Fuente: "La República" 3 Sep 2015 | 3:00 horas



Marco Aurelio Denegri: ¿Qué es el hombre?

No sólo somos la única especie que mata cada veinte segundos a uno de sus congéneres, sino que estamos empeñados en una creciente destrucción ecológica.
Por Marco Aurelio Denegri
El hombre es un miembro del reino animal, del filum de los cordados, del subfilum de los vertebrados, de la clase de los mamíferos, de la subclase de los euterios, del grupo de los placentarios, del orden de los primates, del suborden de los pitecoides, del infraorden de los catarrinos, de la familia de los hominoides, de la subfamilia de los homínidos, del género homo y de la especie stupidus.

Todos los hombres –decía Mussolini– somos más o menos estúpidos. La cuestión es ser un estúpido ligero. ¡Dios nos libre de los estúpidos pesados!"

Nosotros y los antropoides


Recientemente –dice José María Cabodevilla, en El Libro de las Manos–, tras un serio estudio comparativo entre el hombre y los antropoides, se ha demostrado que, de un total de 1065 rasgos anatómicos, sólo 312 son exclusivos del hombre, de tal suerte que las semejanzas entre nosotros y los monos antropoides son mayores que las que existen entre éstos y el resto de los monos. "Tanto ellos como nosotros somos primates, título mucho más insigne que el de simples vertebrados o simples mamíferos, pues ‘primates’ significa los primeros, los más sobresalientes, los Animales Principales.

Si lo que Cabodevilla quiere decir es que tal primacía obedece al hecho de ser nosotros los que hacemos las mayores animaladas, entonces concuerdo plenamente con él. Nadie nos supera, en efecto, en la comisión de burradas. Somos, pues, los Animales Principales.


En los primeros ciento cincuenta años de los últimos doscientos, en el Occidente civilizado –supuestamente civilizado–, la principal ocupación del hombre ha sido matar. Cada minuto, un ser humano ha dado muerte a otro ser humano. En los últimos cincuenta años, la pausa entre una y otra muerte violenta se ha reducido a un tercio; es decir que actualmente cada veinte segundos un hombre mata a otro hombre.

No solamente somos la única especie que no sabe convivir y que mata cada veinte segundos a uno de sus congéneres, sino que estamos empeñados –peligrosísimo empeño– en una creciente destrucción ecológica.

La incapacidad convivencial y la homicidiofilia, o mejor dicho, la homicidioerastia, son ciertamente terribles, pero la destrucción de todos los ecosistemas es de una demencialidad estupefaciente.

Presunción firme de Leakey


Richard Leakey, el gran paleontólogo de Kenia, tal vez el paleontólogo más famoso del mundo y cuyos hallazgos han sido sensacionales, ha publicado, en coautoría con Roger Lewin, el libro titulado Los Orígenes del Hombre. Entresaco de esta obra la cita siguiente, que contiene una presunción lamentablemente muy bien fundada y que dice así:
"Quizá la especie humana no sea más que un espantoso error biológico que se ha desarrollado hasta traspasar un punto en que ya no puede prosperar en armonía consigo misma ni con el mundo que la rodea."

A una especie así lo único que le queda es extinguirse. Esto no es pesimismo ni siniestrosis, como diría Pauwels. Tampoco es catastrofismo. Esto es, sencillamente, la pura verdad. Aunque usted no lo crea.
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