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jueves, 18 de octubre de 2012

ADIOS PUEBLO DE AYACUCHO…PERLASCHALLAY



Ciertas malas voluntades perlaschallay, hacen que yo me retire perlaschallay…

Pilar Rojas Gutiérrez

Allá por los años 30 del siglo pasado, nuestra sociedad huamanguina mantenía casi intactas sus costumbres, fervor religioso y conservadurismo conventual de la tradicional Huamanga colonial. La religiosidad católica marcaba intensamente el transcurrir de la vida cotidiana, familiar e individual y las relaciones entre los diversos grupos sociales, autoridades civiles, eclesiásticas y el pueblo, de tal manera que la mayor parte de las actividades diarias estaban ligadas estrechamente con las celebraciones religiosas, la devoción y culto de los huamanguinos hacia las distintas vírgenes y santos patrones de los templos que como sabemos no son pocos, pues tenemos 33  que simbolizan la edad de Cristo.

En Huamanga muchas eran las damas de sociedad que acudían a los templos de sus respectivas parroquias a recibir los servicios espirituales, una de ellas era Doña Rosa María Perlacios, una joven viuda, muy bella por cierto, que asistía junto a otras respetables damas  de la sociedad ayacuchana, a la misa dominical  de la Iglesia de Santa María Magdalena o Uray Parroquia.

Rosa María, conocida cariñosamente como “Perlita”, era una mujer de belleza desbordante, con unos ojos de gloria, un cuerpo escultórico y una educación esmerada que llamaba la atención a todos los feligreses y asistentes a los oficios religiosos y espirituales de la parroquia.

En ese entonces, era párroco  de la iglesia de La Magdalena,  Don José Medina Gálvez, huancavelicano, con grandes cualidades personales y muy  dedicado a su vocación sacerdotal y era el que prestaba servicios espirituales a todos los feligreses asistentes a su parroquia a la que acudían regularmente en busca de consejos espirituales, paz y bendición.

Doña Rosa María hizo cotidiana su visita a la parroquia,  al principio para recibir ayuda espiritual, pero luego ya por otros asuntos,  su asistencia era tan frecuente al templo que el párroco Medina no resistió al encanto e insinuante sensualidad de la “Perlita” por lo que cayó rendido a los pies de la bella viuda quien a su vez retribuyó con su encanto y seducción a los requerimientos del cura.

Este amor clandestino, pronto se hizo público, y el pecado fue condenado por los parroquianos quienes exigieron de inmediato la expulsión del párroco pecador.

Las autoridades eclesiásticas juzgaron y sancionaron al cura Medina con el exilio de Ayacucho hacia la lejana parroquia de Julcamarca.

Don José Medina Gálvez,  el cura pecador, marchó con el corazón destrozado hacia su nuevo destino, en su primer descanso en el pueblo de Huanta, se entregó al licor con una lastimera congoja, creyendo encontrar un poco de sosiego en éste.

Entre libaciones y tristezas,   con el corazón desgarrado y el alma desesperada,  inició el cura una especie de loa de amor, condenando las malas voluntades de los pobladores ayacuchanos;  junto a su guitarra se inspiró en las letras y melodía de este dramático huayno, marcando así su protesta en los arpegios de su inspirado amor herido.

Adiós pueblo de Ayacucho,
Perlaschallay (mi perlita),
Donde he padecido tanto, perlaschallay (mi perlita)
Esas malas voluntades, perlaschallay; (mi perlita)
Hacen que yo me retire, perlaschallay; (mi perlita)

Kawsaspaqa kutimusaq, perlaschallay,
(Si todavía vivo volveré, mi perlita)
Wañuspaqa manañacha, perlaschallay
Y, si muero, ya no, mi perlita.

A través del tiempo, “Adiós Pueblo de Ayacucho”, se ha convertido en una especie de himno, que simboliza la música mestiza de nuestro pueblo, enriquecida en versos que en la actualidad nos permiten repasar diversos momentos transcurridos en la historia de Ayacucho, porque cada verso, añadido o modificado a los iniciales creados y cantados por el cura Medina, testifican acontecimientos que muestran la evolución del proceso social de Huamanga.

Fuente : Fermín Rivera P.,  María Tránsito Gutiérrez Barboza. 





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