Ciertas malas voluntades perlaschallay, hacen que yo
me retire perlaschallay…
Pilar Rojas Gutiérrez
Allá por los años 30
del siglo pasado, nuestra sociedad huamanguina mantenía casi intactas sus
costumbres, fervor religioso y conservadurismo conventual de la tradicional
Huamanga colonial. La religiosidad católica marcaba intensamente el transcurrir
de la vida cotidiana, familiar e individual y las relaciones entre los diversos
grupos sociales, autoridades civiles, eclesiásticas y el pueblo, de tal manera
que la mayor parte de las actividades diarias estaban ligadas estrechamente con
las celebraciones religiosas, la devoción y culto de los huamanguinos hacia las
distintas vírgenes y santos patrones de los templos que como sabemos no son
pocos, pues tenemos 33 que simbolizan la
edad de Cristo.
En Huamanga muchas
eran las damas de sociedad que acudían a los templos de sus respectivas
parroquias a recibir los servicios espirituales, una de ellas era Doña Rosa María
Perlacios, una joven viuda, muy bella por cierto, que asistía junto a otras
respetables damas de la sociedad
ayacuchana, a la misa dominical de la Iglesia de Santa María Magdalena
o Uray Parroquia.
Rosa María, conocida
cariñosamente como “Perlita”, era una mujer de belleza desbordante, con unos
ojos de gloria, un cuerpo escultórico y una educación esmerada que llamaba la
atención a todos los feligreses y asistentes a los oficios religiosos y
espirituales de la parroquia.
En ese entonces, era
párroco de la iglesia de La Magdalena, Don José Medina Gálvez, huancavelicano, con
grandes cualidades personales y muy
dedicado a su vocación sacerdotal y era el que prestaba servicios
espirituales a todos los feligreses asistentes a su parroquia a la que acudían
regularmente en busca de consejos espirituales, paz y bendición.
Doña Rosa María hizo
cotidiana su visita a la parroquia, al
principio para recibir ayuda espiritual, pero luego ya por otros asuntos, su asistencia era tan frecuente al templo que
el párroco Medina no resistió al encanto e insinuante sensualidad de la
“Perlita” por lo que cayó rendido a los pies de la bella viuda quien a su vez
retribuyó con su encanto y seducción a los requerimientos del cura.
Este amor clandestino,
pronto se hizo público, y el pecado fue condenado por los parroquianos quienes
exigieron de inmediato la expulsión del párroco pecador.
Las autoridades
eclesiásticas juzgaron y sancionaron al cura Medina con el exilio de Ayacucho
hacia la lejana parroquia de Julcamarca.
Don José Medina
Gálvez, el cura pecador, marchó con el
corazón destrozado hacia su nuevo destino, en su primer descanso en el pueblo
de Huanta, se entregó al licor con una lastimera congoja, creyendo encontrar un
poco de sosiego en éste.
Entre libaciones y
tristezas, con el corazón desgarrado y
el alma desesperada, inició el cura una
especie de loa de amor, condenando las malas voluntades de los pobladores
ayacuchanos; junto a su guitarra se
inspiró en las letras y melodía de este dramático huayno, marcando así su protesta
en los arpegios de su inspirado amor herido.
Adiós pueblo de
Ayacucho,
Perlaschallay (mi
perlita),
Donde he padecido
tanto, perlaschallay (mi perlita)
Esas malas voluntades,
perlaschallay; (mi perlita)
Hacen que yo me
retire, perlaschallay; (mi perlita)
Kawsaspaqa kutimusaq,
perlaschallay,
(Si todavía vivo
volveré, mi perlita)
Wañuspaqa manañacha,
perlaschallay
Y, si muero, ya no, mi
perlita.
A través del tiempo, “Adiós
Pueblo de Ayacucho”, se ha convertido en una especie de himno, que simboliza la
música mestiza de nuestro pueblo, enriquecida en versos que en la actualidad
nos permiten repasar diversos momentos transcurridos en la historia de
Ayacucho, porque cada verso, añadido o modificado a los iniciales creados y
cantados por el cura Medina, testifican acontecimientos que muestran la
evolución del proceso social de Huamanga.
Fuente : Fermín Rivera P., María Tránsito Gutiérrez Barboza.