Al otro lado del teléfono y a miles de kilómetros de distancia, Carlos Añaños recuerda que la historia de éxito de su familia no podría entenderse sin Ayacucho. Al frente del Patronato Pikimachay, el empresario se ha dedicado íntegramente desde hace casi un año a destacar y repotenciar los atributos de su tierra. Uno de ellos es la Semana Santa ayacuchana, que para él es simplemente “mágica”.
—¿Qué se imagina haciendo si estuviera ahí?
Si tuviera la suerte de estar en Ayacucho, me gustaría estar bañándome de las creencias y refrescando la fe que tengo. Podría visitar las iglesias, el complejo arqueológico de Wari, ver las puyas de Raimondi y, por supuesto, disfrutar del helado mayuchi y el chorizo ayacuchano, infaltable en estos días. En Ayacucho, la Semana Santa es una fiesta no solo católica, sino de integración, y la mejor manera de vivirla es disfrutando.
—El patronato usa mucho la frase “Algo está pasando en Ayacucho”. ¿Qué es eso que está pasando?
Muchas cosas buenas. Ayacucho es un lugar que ha sido golpeado. Vivimos la época del terrorismo y luego una época de olvido. Tenemos un departamento con un ingreso per cápita que está por la mitad del ingreso per cápita del resto del país. El concepto de “algo está pasando en Ayacucho” nos ayuda a unir fuerzas, pero no solo son medidas concretas. Se trata de la unión de personas desprendidas, de empresas, de ciudadanos que se están sumando a este proceso para lograr un cambio en Ayacucho.
—¿Qué lo motiva a usted a hacerlo?
Mi objetivo es ser feliz y para ser feliz tienes que estar en equilibrio. Yo hice una carrera, una vida de empresario, trabajé en AJE por casi 30 años. He sido obrero, vendedor, chofer, jefe de planta, jefe de producción y luego dirigí todo el desarrollo internacional del grupo. El éxito profesional es solo un aspecto. También tienes que lograr el éxito con tu familia, tienes que sentirte cómodo en tu entorno, con los que te rodean. Pero para alcanzar el equilibrio personal también necesitas servir, sentir que eres útil para algo, que eres útil para tu sociedad, para tu pueblo, para la ciudad que te vio nacer. Uno no puede ser ajeno a su gente, sobre todo si tiene las condiciones o la capacidad de ayudar o de dar. A mí me faltaba ayudar a mi tierra.
—¿Ha cambiado su visión del éxito?
Mucho. De repente el éxito antes era empezar a trabajar un producto, lanzar una marca o ganar dinero, tener un buen puesto en la empresa. Cuando era chico, probablemente pensaba así, pero hoy el éxito para mí es realmente hacer lo que me gusta, lo que me hace feliz y cuando haces lo que te gusta y lo que te hace feliz, pues los resultados son positivos. No creo que el éxito esté ligado a ganar más dinero.
— Y una de las cosas que lo hacen feliz es Ayacucho. ¿Qué representa para usted?
Para mí, Ayacucho significa una tarea pendiente. Ayacucho es un departamento rico. Se sabe por los expertos e historiadores que el hombre de Ayacucho vivió en las cuevas de Pikimachay, que quiere decir cueva pequeña, hace 20 mil años. Ayacucho es un libro abierto de 20 mil años, un libro rico y único que nos une.
—También es un lugar que sufrió mucho.
La época del terrorismo fue muy dura para los ayacuchanos, fue muy dura para mí y para mi familia. El terrorismo destruyó el tejido empresarial, el tejido industrial, la sociedad, destruyó las familias. La sociedad se resquebrajó. Todo ese proceso de destrucción ha costado. Yo creo que ahí hay un gran dolor todavía y por ello insistí en buscar para el patronato un propósito. Y el nuestro es poner en valor a Ayacucho para que eso se traduzca en una mejora en la calidad de vida de los ayacuchanos. Ese es mi sueño.
—¿Cómo espera lograrlo?
En el patronato, hemos definido cuatro pilares. El primero es buscar que Ayacucho sea reconocido patrimonio mundial por la Unesco, lo que atraería inversionistas. Otro pilar es acercar la artesanía al arte. Tenemos talentosos artesanos, expresiones artísticas muy reconocidas como el retablo ayacuchano, las tablas de Sarhua. Lo que queremos hacer es repotenciar ese talento. El tercer pilar está vinculado al concepto de Smart City. Ayacucho será la primera ciudad digital del mundo. Otro proyecto es una herramienta de seguridad que llamamos Tukuyricuj, que quiere decir “el que todo lo ve”. Se trata de una aplicación para celular que permite denunciar crímenes. El cuarto pilar es lo que llamamos Marca Ayacucho porque tenemos cerca de 1.800 hectáreas de quinua orgánica, más de 3.800 variedades de papa, la palta Hass, la lúcuma ayacuchana. Tenemos muchos productos y necesitamos ponerlos en valor.
—¿Cómo ha sido para usted este primer año dedicado de lleno al patronato?
Fantástico. Hemos tenido una acogida muy cálida en Ayacucho. Además, he podido reencontrarme con muchos amigos. Me siento feliz porque los ayacuchanos se están juntando. Hemos firmado convenios con muchos organismos, universidades, organizaciones juveniles y todo da frutos porque en el 2017 hemos podido ver un crecimiento del turismo, 21% a nivel anual y cerca del 35% en el segundo semestre del año. Yo creo que el ayacuchano ya estaba con ese hambre de que algo había que hacer. Y como les digo a todos yo creo que los únicos que van a cambiar a Ayacucho son los ayacuchanos.
—Su vida de empresario lo llevó a asentarse en Madrid, ¿cómo ha sido su vida allá?
Ya tengo 12 años viviendo en España. Mi vida es maravillosa. Tengo cuatro hijos fantásticos y mi mujer, Carolina, que también es digna descendiente de Pikimachay. Elegí España porque cuando vivía en México e iba a Tailandia o Indonesia perdíamos casi una semana viajando, por eso decidí venir a Europa y desde aquí tuve la suerte de recorrer el mundo. He ido a cerca de 100 países y volado 480 mil kilómetros. En total pasaba 200 días fuera de casa al año.
—¿Qué siente cuando regresa a su barrio de San Miguel?
¡Uff! Por un lado, felicidad y nostalgia porque soy un orgulloso sanmiguelino, pero a veces también me siento triste porque hay tantas cosas que mejorar. Cuando vuelvo a Ayacucho, disfruto ver a mis amigos, caminar solo. A veces veo a la gente caminando y me veo a mí mismo años atrás. También adoro saborear un patachi, una sopa de calabaza. Los platos que se comen en el campo son manjares. Definitivamente, cuando estoy en Ayacucho, intento aprovechar el tiempo al máximo.
PERFIL
Nací en 1963 en el distrito ayacuchano de San Miguel, en La Mar. Trabajé 29 años en AJE, la empresa familiar, pero desde el 2017 dedico todo mi tiempo a apoyar a Ayacucho. Vivo en Madrid con mi esposa y mis hijos y una de las cosas que me hacen feliz es volver al lugar en el que crecí.